viernes, 17 de junio de 2011

La cola

Hallábame comprando en un supermercado de mi barrio cuando, al dirigirme hacia la salida, vislumbré una cola bastante extensa. Al poco la malhumorada cajera reclamó sobre el pequeño micrófono a una de sus ausentes compañeras un poco de ayuda y, en breve, una compañera apareció, colocándose en la caja de al lado. Enseguida la recién llegada gritó:

-¡Por favor, vayan viniendo por orden de fila!

Las personas que integrábamos la cola (o fila, más fino) decidimos con mayor o menos acierto movernos o quedarnos. En mi caso, que ocupaba un lugar mas bien lejano, preferí no moverme, porque de ese modo ganaba turnos. Así se organizaron dos filas nuevas en una especie de mitosis perfecta de clientes. Todos ganábamos.

Pero el proceso de mitosis no siempre se produce sin errores. En algunos casos las cadenas proteínicas se alteran y surge algún gen imperfecto, deforme, destrozando la sincronizada formación preconcebida para funcionar en sintonía con la naturaleza.

- Oiga, déjeme pasar, yo estaba antes - Me espetó una señora llena de coraje.

En efecto, la cajera incorporada al proceso de cobro no había resultado ser tan rápida como la originaria. Suele pasar que a menudo subestimamos el proceso de rodaje en el desarrollo adecuado de habilidades o que, simplemente, existen cajeras de respuesta tardía; fuese como fuese, la señora que se había cambiado de fila exigía que la dejase pasar con pleno derecho.

Yo la ignoré. Posiblemente mi estoica naturaleza la hubiese permitido pasar delante de mí pero no a cualquier precio y, sin duda, la mala educación nunca es una buena moneda de pago.

- ¡Pues dejo los botes de tomate y me marcho!

Se creyó la señora que aquella amenaza podría taladrar los cimientos de mi convicción pero era obvio que aquella señora no tenía ni idea de amenazar, dado el poco sentido que su tomate representaba en mi vida. Me miraba furiosa, retándome a abandonar su compra, cuando de pronto la tentación de unas palabras (inesperadas, traicioneras a mi conciencia) asomaron a mis labios:

- Usted es de las personas que culpan a los demás de las malas decisiones que toman en la vida, ¿no? Pues sepa que había dos opciones, dos posibilidades, y si usted escogió la peor, no es responsabilidad de los que estamos aquí, ni tenemos porqué pagarlo. Es usted adulta, se ha equivocado, asuma que se puso en la fila de los lentos y pague cuando le corresponda y no pretenda colarse por atajos defendiendo no sé qué derecho del "yo estaba antes", ¿se cree que eso es un derecho? ¿y por qué su derecho es más importante que mi derecho a no tener el dolor de cabeza que a mí me produce venir a hacer la compra? ¿Acaso sabe si estoy enfermo, si me estoy muriendo? ¿Cree que puede ir por la vida cambiando las cosas y a los que le rodean? Usted estaba allí, no aquí, usted perdió su turno delante de mí cuando escogió libremente colocarse en otro lugar, ¿dónde dice que la cola es reversible? ¿O es que la cola es reversible para los que llevan botes de tomate? ¿Quién decide dónde es reversible la cola, usted? Entienda una cosa; la única manera de pasar delante de mí en esta fila es montarse en una máquina del tiempo y regresar dos minutos atrás para ponerse en el sitio adecuado, pero... ¿Es usted el Doctor Who para hacer eso, eh? ¿Es usted el Doctor Who?

La mujer me miró atónita. Meditó un instante y luego respondió:

- ¿Y es que ese doctor no puede ser una mujer, o qué?


Tuve que dejarla pasar. Me había ganado, y por goleada.