lunes, 28 de febrero de 2011

Encontrando su destino (parte III)

El hombre que vendía canciones se había hecho tan rico que apenas reconocía al resto de la humanidad como iguales sino como damnificados a los que rescatar de una existencia miserable. Sentía lástima y compasión, pero también una inmensa culpa de la que no era capaz de deshacerse, a pesar del consejo de otros sabios millonarios.
Su mujer, ávida de despertar en él un mínimo interés, compuso una canción para confesarle su secreto con el hombre vacío. Por desgracia, su marido sólo estaba preparado para llamarlo traición.

Hubo un asesinato y el hombre que escribía canciones se convirtió en una canción de muerte.

Desde entonces, la mujer del vendedor llama a la muerte cada noche, deseando que venga a buscarla...


domingo, 27 de febrero de 2011

Practicando el conflicto

"El hombre vacío empezó a comprar canciones de amor a diario... Hasta que una mañana, por casualidad, se dio cuenta que no tenía dinero; lo cierto es que nunca lo había tenido. Regresó a la tienda de inmediato, asustado, pensando que había cometido un delito; tan convencido estaba de su culpabilidad que sólo pudo comprender lo sucedido al encontrarla... Era ella, la mujer del hombre que vendía canciones, quien se las había estado regalando. De pronto se encontraron frente a frente.
Ella sonrió: Era justo devolverle a aquel hombre lo que era suyo.
Él también sonrió: al mirarla sintió que antes de ese momento nunca había escrito nada verdadero"

sábado, 19 de febrero de 2011

La canción del hombre que escribía canciones de amor

Había una vez un hombre que escribía canciones de amor. Desde que se levantaba por la mañana hasta que se acostaba por la noche encontraba razones y motivos. Sólo necesitaba un detalle, una pequeña rutina para que su cabeza comenzase a componer una hermosa letra acompañada de melodía; alegre y dulce o triste, amarga y rota.

El hombre siempre regalaba sus canciones porque le gustaba contemplar el rostro agradecido de las personas que las recibían. Le gustaba regalar sus propias emociones.

Otro hombre, observando la felicidad que producían todas aquellas canciones, las escribió en un papel, las puso precio y las colocó en el escaparate de una calle principal. La multitud deseaba tanto aquellas canciones que comenzó a comprarlas, aún sabiendo que no pertenecían al hombre que las vendía.

Pasó el tiempo y todo el mundo poseía canciones de amor. Las canciones sonaban a todas horas, en todas partes; no existía un solo lugar del mundo donde no brillase aquella música. Envolvía la existencia de las personas, las ayudaba, las complacía. Todos estaban contentos y satisfechos, todos... Menos uno.

El hombre que escribía canciones de amor había dejado de hacerlo. No encontraba fuerzas; su capacidad había dejado de tener sentido. Ya no servía. Una noche metió la cabeza debajo de la almohada y un interruptor se apagó dentro de sus pensamientos. Las palabras dejaron de funcionar. Las notas se agotaron.

El hombre que vendía canciones fue a pedirle más pero el hombre que las escribía le explicó, resignado, que se había quedado vacío. No hubo más remedio que disfrazar las canciones de siempre para que parecieran otras y, así, poder volver a venderlas. Eso fue lo que hizo el hombre que vendía canciones, y nadie pareció darse cuenta.

Finalmente, después de mucho tiempo, el hombre vacío entró en la tienda para comprar una canción.