miércoles, 26 de enero de 2011

Contacto

Ding dong. Dos hombres se preguntan acerca del peso de nuestra comida. Han recorrido la edad de la Tierra para llegar hasta aquí y me temo que no van a marcharse sin una respuesta. Se me ha helado la sangre. Los enigmas siempre encierran cuestiones universales, así que sospecho que se trata de un par de farsantes. Pero ellos son más fuertes que yo y en esta habitación de neblinas no hay salida, excepto la que custodian a sus espaldas.
-No lo sé...

Me miran extrañados. Creo que ellos también esperaban una mujer universal y yo apenas cubro un sistema planetario. Insisten con los dolores de cabeza y los proverbios.
-No entiendo...

Parecen defraudados. Se aproximan. Han sacado de algún sitio un aparato que, a su vez, permanece integrado en sus cabezas respectivas. Ahora creo que estoy alucinando.
-¿Sois de verdad?

Sonríen. Comprenden mi inferioridad, mi indefensión. Afirman que se trata de una visita de cortesía, nada importante. Se han detenido a causa de una sed imprevista. Se marchan de repente. Desaparecen.




Caigo en la cuenta de que ni siquiera hablaban, aunque me han hablado de algún modo... El peso de la comida. El dolor de cabeza. Los proverbios.

Alguien gritando a mi espalda, avisándome del peligro bajo el andamio. Demasiado tarde. Mis dedos soltaron las bolsas del super.

martes, 18 de enero de 2011

Empuje, empuja

La fuente de la inspiración o la piscina de las tragedias, lo mismo daba. Miraba una y otra vez, miraba, insistía de cuantas maneras se le ocurrían pero fue en vano.

Porque sólo miraba.

Pasaron las horas, los días, los años. Continuaba mirando sin comprender cómo, cuándo. Había alzado la mano pero no era suficiente. Hay que superarse entero, hay que precipitarse por encima de uno mismo para conseguirlo.

Demasiadas velas en la tarta. Demasiado espacio entre el primer sueño y el último. No se pudo mantener; nadie puede, así que se murió.

Ahora sabe que pudo tocarlo pero le faltaron fuerzas, sangre, dolor.

- ¿Nadie te enseñó a abrirte el pecho y entregar el corazón?

Sigue lamentándose... Sólo le enseñaron a mirar el agua escurriéndose entre las manos.

domingo, 2 de enero de 2011

Exigencias

Iba yo montada en un sueño esperpéntico cuando me arrastraron al suelo y, desde allí, vi esa luz que brilla constantemente como un faro repeliendo tinieblas; me levanté casi sin querer para seguir avanzando (¿queda de otra, imbécil?) hasta llegar a la cocina, donde increíbles cuestiones de interlocutores salvajes e impúdicos me fueron planteadas como imposición. No pude negarme, aunque recurrí a la trampa de mi inventiva y conté aquel cuento que no se acaba en mi cabeza, igual que un meme de internet palpitando en el subconsciente colectivo.

Me vestí de troglodita moderno y escalé la montaña del pueblo para cazar una foca saltarina que no dejaba de provocarme; me pregunté qué demonios hace una foca en el monte aunque me pareció normal que tuviera alas (¿eres tonta o un genio absoluto?). La perseguí, la llamé a gritos pero ella se enfadó; me escupió un diente y me contestó que no la llamase foca. Alguien importante dijo que estaba bastante focalizada esa foca, pero yo no entendí el chiste, porque yo ya le había diagnosticado un poco de histeria nival, ya se sabe, la histeria de los copos de nieve. Pero no perdamos el rumbo de la historia... (¿Y lo dices ahora, trastornada?)

Las focas se reunían en una cueva llena de focos (je-je-je) y brincaban como locas comiendo almendras garrapiñadas. Se acostaron a dormir y yo aproveché para robarle las costillas a una morsa que tenía de sobra; luego regresé a casa y las eché a cocer en la olla de las lentejas. Quince minutos. Mirada interrogante. Esta vez ha sido intenso. Pero he pasado el examen...

-Vale, ya me como el puré.