miércoles, 27 de octubre de 2010

Quemando brujas

Hoy he recordado más de lo que acostumbro... En un momento del día, de repente, se ha producido un incidente, por fortuna nada grave, relacionado con un pequeño incendio doméstico. Presenciarlo tan de cerca me ha alterado pero una parte dentro de mi, una parte muy remota y desconocida, ha disfrutado con la perspectiva de una cocina en llamas. El fuego posee cierto carácter purificador en la naturaleza y un poder que traspasa lo cotidiano; despliega una fuerza salvaje, irracional, revolucionaria que nos arrastra hacia ese otro yo que sobrevive en nuestro interior. Suena novelesco pero es real, está ahí, como el pequeño reflejo hipnótico que produce siempre la llama de un mechero.
Recuerdo mi niñez como una cárcel. Nada me produce tantas sensaciones contradictorias como volver la vista sobre aquellos años, buenos pero malos, dulces pero horribles. La pequeña hoguera de hoy ha despertado un descontrol antiguo, olvidado, lleno de parches y recortes fotográficos, jirones de sitios y experiencias perdidas. Ha sido rápido pero contundente. Ha sido brutal.
Nada que lamentar. Ocurre que el impacto me ha removido por dentro y ahora es como si una serpiente buscase por ahí, entre mis secretos. ¿Será que soy la mayor sorpresa de mi vida?


domingo, 10 de octubre de 2010

¿Sueñan los quesos con croquetas eléctricas?

Podría tratarse de cualquier cosa. Podría ser una palabra. Un cortocircuito. El ojo de una hormiga. La onda expansiva grabada en las rocas metamórficas bajo el talud del Pacífico tropical hace 40 millones de años. Un electrón abandonado. La belleza de que el cuadrado de 13 sea 169 y que el cuadrado de 31 sea 961... ¿No es como un baile de encuentros?

Recuerdo lo mismo que ayer pero minúsculamente torcido por hoy. Me supero pero me caigo por donde no miro. Si escupimos basura al espacio, ¿no renunciamos a una parte de nosotros mismos? ¿Cuando nadie sabe contestar, es que no vale la pregunta? Soñé que era otra persona, siempre más alta, por si las moscas, y que encontraba en mi camino (uno cualquiera, ya se sabe) un saco lleno de respuestas. Me sentaba a examinarlas, por curiosidad. Nunca se tienen tantas oportunidades para sorprenderse pasados los 29...

Es el Hombre de Vitruvio, creciendo sin salirse del círculo. La misma adivinanza con infinitas soluciones. Un libro con todas las páginas en blanco titulado Imprescindible. Una galleta que dice "pisotéame". Una foto de la última persona anónima que me sonrió por la calle. El ojo cerrado de un huracán. Una lágrima encerrada en un espejo. Un vale canjeable para no sentir vergüenza durante cinco minutos. Una película con actores sin cara. Un juego donde sólo se puede perder. Otro juego donde sólo se puede ganar. Un perfume que huele al número áureo. Una lista de sílabas secretas sin sonido. La última esquirla del sol...

Recogí todas las respuestas y las metí otra vez en el saco. Ni idea de quién era esa persona, más alta que yo, que las encontró, pero desde luego que no sabía qué puñetas hacer con ellas. Y cuando no se sabe, pues tampoco se disfruta haciendo. Se sufre. Cerré el saco con una cuerda. Ni una sola me llevé conmigo fuera del sueño; creí que sería mejor dejarlas donde las encontré. Por si acaso, las escondí bajo un matorral que tengo guardado en un rincón del Hipocampo de mi cerebro. Tal vez, algún día, vuelva a por ellas.

Seguiré pensando, pues. Podría tratarse de cualquier cosa, ya sabes. Una palabra. La corriente eléctrica de un río. La mecánica cuántica y la teoría gravitacional fundidas en el beso de un agujero negro... (ups, que Einstein me perdone). La esfera perfecta. Un reloj equivocado. El momento que nunca existió para nadie; con ese me quedo.